Las vacunas disponibles han demostrado ser eficaces para prevenir enfermedades. Sin embargo, la magnitud y calidad de la respuesta inmunitaria a las vacunas varía considerablemente entre individuos ya sea por la edad, el sexo, su información genética y la presencia de otras patologías. Al mismo tiempo, las respuestas inmunitarias a las vacunas pueden variar en función de prácticas cotidianas.
Uno de los factores clave para favorecer el correcto funcionamiento del sistema inmune es dormir las horas adecuadas, así como controlar el nivel de estrés. Una correcta higiene del sueño permite mantener adecuadamente los biorritmos que controlan la producción de hormonas que regulan la función del sistema inmune, como la melatonina. Esta hormona se produce durante la noche y su administración se ha relacionado con la supervivencia de linfocitos y una mayor producción de anticuerpos.
Otro aspecto crucial para mejorar la eficacia de una vacuna es tener un estado nutricional óptimo. Son varios los nutrientes cuya vinculación con el sistema inmunitario ha sido científicamente demostrada. Es el caso de la vitamina C y el ácido fólico, ambos con un papel importante en la producción de moléculas eficaces frente a la infección. También la creación de colágeno que contribuye al mantenimiento de las barreras naturales frente a los patógenos.
Por último, el consumo de tabaco altera de forma directa la línea de defensa en la mucosa respiratoria. Igualmente, el consumo excesivo de alcohol tiene un efecto inmunosupresor poco deseable ya que puede alterar la composición tanto de la microbiota intestinal como la composición de las células inmunes allí presentes, favoreciendo la entrada de patógenos al organismo.
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